Pintores Mexicanos

Montoya Gustavo

Fecha de Nacimiento(Defunción):1905-1996 (?)

Gustavo Montoya
Desde sus inicios en la pintura académica, movido por un permanente interés en la experimentación y en una búsqueda constante para descubrir nuevas y variadas posibilidades en su creación plástica; el maestro Gustavo Montoya, ahonda en los seres y las cosas, sus imágenes transmigran entre lo real y lo irreal. Las ideas, las formas y los colores emergen de la nada para convertirse en seres y espacios reales que van cediendo su lugar a imágenes fantásticas, a las cuales les ha conferido un sentido mágico o metafísico.

La obra del maestro Montoya refleja sus emociones, gustos, inquietudes, sueños y temores; tiene como forma directa de expresión a la figuración y el realismo, pero un realismo con múltiples posibilidades, un realismo profundo, no la simple representación de imágenes reales, sino su propia interpretación a estas formas e imágenes, a partir de su personal modo de concebir el mundo real.


La forma, el color y la luz, esenciales en su pintura, se han concretado en series o temas específicos. Bodegones de dulces típicos, frutas, panes y juguetes. Retratos, autorretratos y retratos urbanos. En estos últimos, Gustavo Montoya ha "retratado" las calles de México y sus habitantes; casonas, vecindades, iglesias, callejones y mercados, en los que habitan y deambulan seres anónimos descubiertos en su ir y venir por esas calles. De estos seres anónimos, el pintor ha destacado a las mujeres del pueblo, mujeres representadas solas o en colectivo a las cuales reviste, a manera de collage, con textiles que añade a estas composiciones.



Aunque son escasos los ejemplos, el paisaje natural al igual que el paisaje urbano ha sido también motivo de representación en la obra del maestro Montoya, la naturaleza ha quedado plasmada en el espacio pictórico, como reflejo del fenómeno real.

Aún en su serie Muros la realidad está presente en el color, las texturas y los objetos que adhiere a éstos muros, composiciones resultado de un proceso que inicia en las calles de México, donde la arquitectura urbana es el elemento principal y como resultado de su acercamiento al abstraccionismo; selecciona parte de esa arquitectura, destacándola a partir de formas simples y ricas texturas, el abandono de la figura y convirtiendo el espacio en segmentos de muro que muestran las huellas del paso del tiempo.

Su universo onírico, mágico, de sueños fantásticos, muestra sus temores y obsesiones. Personajes que reflejan conductas o estados anímicos. Composiciones engendradas durante las más angustiosas pesadillas, y la constante presencia de la muerte, representada con humor e ironía, de manera trágica y total aceptación. Aquí cobran vida las piezas de ajedrez colocadas sobre superficies que semejan inmensos tableros.
Imágenes que nos remiten a pensar en nosotros frente al complejo juego de la vida. Figuras ante un tablero de ajedrez, a manera de mostrar al ser humano enfrentando su propio destino.

Forma, color, contraste, elementos creadores que han dado origen a imágenes reales y fantásticas representadas en el espacio pictórico intemporal de un artísta sensible, de enorme habilidad técnica y riqueza expresiva. Con una profunda y compleja visión de la existencia; transformando la experiencia de la observación de los fenómenos de la realidad en pintura.


Museo Mural Diego Rivera
 

Creo ser un autodidacta a pesar de haber cursado, no estudiado, la carrera convencional de pintor.

Neurótico precoz, a la edad de tres o cuatro años, sufría ya terrores y depresiones profundas. Tenía ideales absurdos, tendencia marcada a los ensueños heróicos y fantasías íntimas y secretas. No recuerdo haber sido capaz de estudiar nada y mis pasos por la vida no coincidieron nunca con los de los demás, haciendome sentir mal ubicado y motivando en mí un gran anhelo de encontrar un mundo que fuera plenamente mío.

Pienso que estos hechos fueron determinantes para hacer que la pintura, llegara a ser para mí el refugio necesario para situar satisfactoriamente esa personalidad. Representativo de una timidez enfermiza, fue el hecho de que para inscribirme en la Academia Nacional de Bellas Artes -ese era en aquel momento, el tantas veces modificado nombre de la antigua Academia de San Carlos- esperara una semana en los patios del plantel, ante el terror de entrar a la oficina para arreglar el sencillo trámite de matricularme; acto, cuya ejecución se ha borrado de mi mente.

La carrera cuya duración era de cinco años, dos de dibujo preparatorio y tres de pintura o color, fue para mí un juego de niños alucinante y llena de revelaciones de carácter transmigratorio: algo me decía en mi interior, que ya había pintado la naturaleza en algún lugar y en alguna época pasada...

 
 
 
En la Academia, sólo se me enseñó el oficio, nunca se habló del concepto ni de la excelencia del espirítu en la obra del arte. Por eso, años más tarde, ya adulto en París y sin pintar, únicamente observando pintura moderna, comprendí que se me había estafado con el desarrollo de un oficio, que ahogaba voces y resonancias importantes... Entonces, para contrarrestar la excesiva habilidad que me estorbaba, empezé a pintar con la mano izquierda, según mi criterio y sin el consejo de nadie. Paulatinamente fui adquiriendo en mi pintura otra fisonomía de incalculable dimensión...
Caminando por ese sendero y ya en mi país, me incorporé al movimiento de la escuela neorrealista mexicana, que fue creada con autenticidad por tres grandes pintores mexicanos: Rivera, Orozco y Siqueiros.

Llevando siempre a cuestas la neurosis, se manifestó en mí hace ya tiempo, un síntoma llamado manía ambulatoria que me obligaba a desplazarme continuamente... y así nació la exposición de pintura llamada Las calles de México y más tarde, la de los Muros, ambas muestras son específicas de ese estado de ánimo que me impulsaba a recorrer, diariamente, las calles de antiguos barrios. Motivadas por causas afines surgieron también las series de cuadros: Sueños y Ajedrez, que fueron mostradas al público en exposiciones respectivas. Estas, fueron el resultado de una etapa de enfermizas descargas anímicas, que por algún tiempo me impidieron pintar, pues durante ese periodo fui víctima de oscuros sentimientos de aversión y odio hacia la pintura... Al fin, una especie de simbiosis salvadora pero inexplicable, se canalizó en esas últimas muestras de mi pintura de series con tema determinado, por una parte, y por otra, en un autorretrato bien distinto de otros que he pintado, en el cual me presento como un hombre "muerto", tal vez como un símbolo de ese periodo de mortal inacción...

Actualmente encuentro una acentuada antipatía por mi mismo, sintiéndome a menudo inmerso en un estado de vigilia y sueño (llamado ensueño) rodeado de símbolos; ventanas tapiadas, almas muertas, barandales, rejas, muros, calles, lugares, cuadrantes, cubículos, figuras atónitas que miran hacia la nada en los balcones; estos son los cuadros que pinto, pues cuando los puedo recordar llevo conmigo lo que llamo el modelo interno, que pasa a la tela, convirtiendo así a la pintura en una angustia y placer lúdicos.

Gustavo Montoya
 




 
En el viejo barrio de San Juan, reconocido por su tradicional miseria y violencia, trabaja desde hace veinte años uno de los pintores más sorprendentes de México.

Para llegar a su taller, es necesario subir hasta el quinto piso por una empinada escalera que agota al común de los mortales. Sin embargo, este sacrificio es pequeño y buenamente recompensado cuando, ya en el modesto taller del maestro Montoya, uno se encuentra cercado por un mundo de imágenes que paracen brotar de los sueños: sueños donde el terror, la angustia, el sonambulismo constituyen algo pemonitorio de la muerte.

Dotado de una perpetua inventiva, Gustavo Montoya, nacido en 1905 y egresado de la Academia de San Carlos a los 17 años, obtiene de sus maestros Germán Gedovius, Roberto Montenegro y otros más, el oficio, así como el dominio total de la pintura académica que, por aquellos tiempos era predominante.

Alejado del país, mientras aquí se desarrolla el muralismo en el que participan los mejores y más representativos artístas de aquella época, él regresa modestamente a dar clases a la Academia, hasta encontrar la posibilidad de trasladarse a Europa -antes solo había estado en Los Angeles- donde tiene la oportunidad de visitar museos y galerías, tanto en Paris , como en Italia e Inglaterra, radicándose finalmente, en Nueva York.

Es allí, nos cuenta él con su voz casi en sordina, cuando intenta liberarse para siempre del estilo académico que siente como una atadura del pasado. Para hacerlo, reduce su brazo derecho a la inmovilidad, trabajando únicamente con la mano izquierda, con lo cual logra depurar un impulso renovador a su inquieta imaginación. Gustavo Montoya descubre otros mundos; aquellos que, escondidos en el subconsciente, no había percibido hasta entonces; los mundos alucinantes de la memoria, y por añadidura, las percepciones más recónditas de la mente, tales como el apesadumbrado temor o los muchos temores de que está rodeado el hombre: agonías, pesares, sueños y alucinaciones, todos llenos de una ineludible fatalidad inesperada.
La secuencia dedicada a los jugadores de ajedrez es de pura ensoñación. Collages donde el ajedrecista oculta su cabeza en lo más hondo del misterio matemático: cascos de acero; cuadrantes o un reloj detenido en el tiempo de la eternidad. Ninguno de ellos deja traslucir el pensamiento, mientras quizá el enemigo a vencer, se distrae a la mente ante las fichas movidas por una figura impenetrable.

Más tarde, lo dramatico y lo trágico cambia para entrar en el terreno ingenuo, sencillo, como son los juegos de la infancia o niñas con sombrilla, para de ahí pasar a lo que el maestro Montoya titula "el suave encanto de la burguesía", donde en forma cordial, aunque en un alarde del collage cási imperceptible, juega con las telas artificiales, mezclándolas al oleo sobre el lienzo original, que adquiren un sentido realista muy alejado de las etapas anteriores.

No por nada, Gustavo Montoya mereció con justicia en el pasado la honesta atención y la crítica favorable de J.J. Crespo de la Serna, de Margarita Nelken, de Xavier Villaurrutia y de otros muchos tantos mexicanos como extranjeros. Crítica bien merecida, la cual han ignorado las nuevas generaciones. También ha podido suceder que el valioso acervo y talento creador con que cuenta la sensibilidad de este artista, haya sido explotado impunemente por mercaderes de la cultura.

Después de varias horas, cuando ya solo se percibía la voz del maestro Montoya contándonos pausadamente, en la oscuridad, el proceso de sus experiencias a través de sus sueños, agradecidos de su hospitalidad, salimos del estudio bajando las interminables escaleras, tema también de muchos cuadros, y nos internamos en las calles siniestras de ese México casi ajeno, llevando aún la visión de una obra que se desarrolla en la subjetividad más profunda y sabe integrarse a un realismo deslumbrante.


Juan Rulfo
 Cabeza de viejo, 1920
Oleo sobre tela
61 X 51 cm
Colección particular  Desnudo, 1920
Oleo sobre tela
80 X 128 cm
Colección particular
 La monja, 1925
Oleo sobre tela
80 X 128 cm
Colección particular  Autorretrato, 1926
Oleo sobre tela
49 X 39 cm
Colección particular
 Títeres ca., 1930
Oleo sobre tela
63 X 78 cm
Colección particular Luna de perros, 1948
Oleo sobre tela
43 X 57 cm
Colección particular
 Alpina ca., 1950
Oleo sobre tela
100 X 74 cm
Colección particular La moneda, 1950
Oleo sobre tela
74 X 91 cm
Colección particular
 Autorretrato, 1958
Oleo y collage sobre tela
86 X 65 cm
Colección particular El aguilita
Oleo sobre tela
86 X 75 cm
Colección particular
 Sueño premonitorio, 1959
Oleo sobre masonite
36.5 X 45.5 cm
Colección Galería Marstelle  Autorretrato, 1960
Oleo y collage sobre tela
92 X 65 cm
Colección particular
 Deshechos del tiempo, 1960
Técnica mixta sobre masonite
165 X 85 cm
Colección del artísta  Paso de luna, 1960
Oleo sobre masonite
61 X 50 cm
Colección del artísta
 Las ventanas, 1960
Oleo sobre tela
78 X 64 cm
Colección particular  Estructura concordante, 1961
Técnica mixta sobre masonite
122 X 170 cm
Colección del artista
 
Puerta del tiempo, 1962
Técnica mixta
184 X 120 cm
Colección del artista  El malo, 1970
Papel, madera y alambre
284 X 131.5 X 46 cm
Colección del artista
 Jaque Mate, 1971
Oleo sobre tela
60 X 50 cm
Colección particular  Espectro de la muerte,1996
Oleo sobre tela
51 X 61 cm
Colección del artista
 Sin título, 1996
Oleo sobre tela
50 X 40 cm
Colección del artista Rigor Mortis,1996
Oleo sobre tela
70 X 95 cm
Colección del artista
 La muerte canta, 1996
Oleo sobre tela
55.5 X 45 cm
Colección del artista  La muerte baila, 1996
Oleo sobre tela
55.5 X 45 cm
Colección del artista
 Margarita
Oleo sobre masonite
41 X 33 cm
Colección particular  Autorretrato muerto
Oleo y collage sobre tela
80 X 200 cm
Colección particular
 Panes
Oleo sobre tela
70 X 90 cm
Colección del artista Juguetes
Oleo y collage sobre tela
90 X 120 cm
Colección particular
 Nabos
Oleo sobre tela
102 X 132 cm
Colección particular  Pulque
Oleo sobre tela
71 X 61 cm
Colección particular
 El hijo desobediente
Oleo sobre tela
101 X 91 cm
Colección particular  Catedral metropolitana
Oleo sobre tela
86 X 111 cm
Colección particular
 Revillagigedo
Oleo sobre tela
66 X 92 cm
Colección particular  La llorona
Oleo sobre masonite
100 X 60 cm
Colección del artista
 El rebelde
Oleo sobre masonite
70 X 65 cm
Colección particular  Los buitres
Oleo sobre tela
46 X 35 cm
Colección particular
 Pirofobia
Oleo sobre tela
80 X 123 cm
Colección Galería Marstelle  Dama en gris
Oleo y collage sobre tela
80 X 100 cm
Colección Galería Marstelle
 Mujer con rebozo
Técnica mixta sobre madera
80 X 60 cm
Colección Galería Marstelle  Inútil protesta
Oleo sobre tela
100 X 70 cm
Colección del artista
 Filosófo
Oleo sobre tela
70 X 45 cm
Colección Galería Marstelle  Pepenador
Técnica mixta y collage sobre tela
60 X 44 cm
Colección Galería Marstelle
 Angustia
Oleo sobre tela
32 X 42 cm
Colección Galería Marstelle  Afacia
Oleo sobre tela
50 X 40.5 cm
Colección del artista
 Cociente cibernético
Oleo, collage y reloj sobre masonite
86 X 56.5 cm
Colección del artista  Conflicto de dos
Oleo y collage sobre tela
64 X 79 cm
Colección particular
 Apertura de dos caballos
Oleo sobre tela
102 X 81 cm
Colección particular  Serranía de Puebla
Oleo sobre tela
101 X 121 cm
Coleccion particular
 Trigal
Oleo sobre tela
100 X 80 cm
Colección particular  Agonía de una tarde, 1996
Oleo sobre tela
51 X 61 cm
Colección del artista


 

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