Linati Claudio Fecha de Nacimiento(Defunción):Italia (?-1832) Claudio Linati Natural de Parma, Italia. Artista con una excelente educación en el dibujo y una mano muy diestra, desembarcó en Veracruz el 22 de septiembre de 1825 y fue quien trajo a México la primera maquinaria para establecer un taller de litografía, que instaló en la capital en 1826, con ayuda del gobierno mexicano, que había accedido a una solicitud previa presentada por Linati y por Gaspar Franchini. La maquinaria fue embarcada ese mismo año. Durante el proceso de instalación, en febrero de 1826, murió Franchini. En el pequeño taller que constaba de una prensa para transportes y otra para impresión y una colección de estampas de artistas franceses que servían de modelo y ejemplo a los alumnos, Linati comenzó a trabajar; pero la labor rutinaria entraba en conflicto con su temperamento fogoso de aventurero: había sido miembro de la Guardia Rosa del gobernador de Piamonte; soldado de Napoleón en Silesia y Polonia ; estuvo preso en Hungría y refugiado en España; fue miembro de la Sociedad del Sublime Maestro y había intervenido en las luchas en favor de la Milicia Nacional de Barcelona y del gobierno Liberal de España. Para encauzar sus inquietudes se asoció con su compatriota Fiorenzo Galli y el poeta cubano José María Heredia y fundó el periódico El Iris, que se publicó con gran éxito de febrero a agosto de 1826. En la presentación del primer número los editores anunciaban: "... los semblantes venerables de los caudillos de la revolución multiplicados por los afanes del arte, no sólo presentarán al pueblo las facciones de sus semblantes, sino que recordándoles las guerras sangrientas de la independencia, producirán mayores adhesiones a sus principios ". En efecto, publicaron retratos de Guadalupe Victoria, Morelos e Hidalgo; pero no se conformaron con eso y empezaron a inmiscuirse en la política del país, comentando agudamente la actualidad política. Esto provocó un pedido de expulsión que el gobierno suavizó invitando a Linati a abandonar el territorio. Se fue en septiembre de 1826, dejando dos discípulos aventajados: el joven oaxaqueño José Gracida, impresor que superó a su maestro, y el teniente de ingenieros Ignacio Serrano, quien grabó en litografía planos topográficos y militares y pocos años después pasó a ocupar la dirección de las clases de litografía en la Academia de San Carlos. Al salir de México, Linati llevó consigo una colección de dibujos a la acuarela sobre trajes y costumbres mexicanas, con los que compuso un libro valiosísimo : "Costumes civils, militaires et religieux du Mexique, dessinés d'apres nature " , que imprimió en la Litografía Real de Jobard, donde trabajaba desde su regreso a Bruselas. Ese conjunto de estampas, iluminadas a mano con un colorido rutilante, tienen el valor de haber sido la primera codificación de los tipos y costumbres del México de entonces. La obra en cuestión merece atención porque expresa una visión de los mexicanos, y de varias costumbres y aspectos que va más allá de la belleza de sus láminas. Linati, no obstante ser un artista dentro de la inmediata tradición clasicista, pues había sido discípulo de David, fue el primer extranjero en descubrir la belleza propia de los mexicanos, y aun de los negros costeños. Así, da rienda suelta a su emoción cuando habla de las mujeres mexicanos, que pinta en sus litografías en la forma más exquisita, con una elegancia natural; ensalza al criollo mexicano por haber dado valientemente su sangre por la Independencia; discute los trajes militares y describe costumbres y tipos de todos géneros: el "lépero", el "aguador", el "hacendado", el "vendedor", descubriendo en ellos virtudes y aspectos estéticos que sólo un observador refinado puede aprehender. Los habitantes del Istmo de Tehuantepec con sus trajes originales atrajeron la atención de Linatí; as! como los indigenas y los héroes: Hidalgo y Morelos, cuyos retratos compuso copiando otros hechos en cera. Es curiosa la forma en que pintó a un indio apache a caballo, de las riberas del Río Colorado en California, porque más bien parece un mongol. Las clases bajas y las altas, el carnicero y el regidor, son pintados con gracia y elegancia, así como los frailes, los mendigos, los jugadores, los pulqueros. Mención especial merece el retrato, hecho del natural, en 1826, del general Filisola, calabrés de origen, cuyas actividades forman parte de la historia de México independiente; su gallarda figura y elegante uniforme, lo hacen un hermoso Napoíeón americano. Pinta asimismo Linati, los modos de viajar, en litera o en coche; las peleas de gallos y el juego del volador. Pinta, pues, la vida mexicana con no oculto entusiasmo y, a pesar de pretender la fiel representación de los tipos, los pinta con una visión clasicista que corrige esto y aquello, de manera que todo resulta embellecido e interesante por la visión y la capacidad expresiva del artista. El libro de Linati es un prólogo indispensable para el estudio del siglo XIX y la más bella colección de litografías a colores de su índole; con él contribuyó antes que otros, por su poesía, a la estimación de tipos y costumbres mexicanos. La vida y andanzas políticas de Linati hicieron azarosa su existencia. Linati regresó a México, pero a los tres días de haber desembarcado murió de fiebre, en Tampico, el 11 de diciembre de 1832. A Linati debe considerársele, sin duda, no sólo como el introductor de la litografía, sino como el primer maestro de ese arte entre nosotros, ya que transmitió sus conocimientos a dos ayudantes y discípulos mexicanos, José Gracida e Ignacio Serrano. Las prensas y útiles del taller de Linati en México estaban, por 1827, después de su partida, sin destino, deteriorándose por falta de uso y arrumbados en los corredores del Ministerio de Relaciones. La Academia de San Carlos solicitó que se le entregaran para instalar un taller en la institución, lo cual le fue concedido; inmediatamente pidieron trabajar allí (1828) dos litógrafos, de quienes no se sabe sino los nombres: Adriano Fournier y Pedro Robert, prometiendo dar instrucción sobre el arte que había merecido "singular aprecio en toda la Europa culta"; más el director de la Academia, Pedro Patiño Ixtolinque, pensó que era mejor dar preferencia a un aventajado alumno de la institución y discípulo de Linati, Ignacio Serrano. Sea como sea, el taller pasó a la academia, allí se instaló y continuó dando buen servicio; Vicente Montiel, Diódoro Serrano e Hipólito Salazar trabajaron en él. |