Nació en Santiago Ixcuintla, Nayarit, el 4 de agosto de 1930.
Arturo Rivas Sáinz escribió: “Un libro de Ernesto Flores es una plétora de formas estructurales que puede ejemplificar muchas maneras de hechura, que por inexplicables razones no mencionan los retóricos, ni juegan los preceptistas, ni ahora los teorizantes de las letras, pues no son esquemas de ahora, porque lo fueron de siempre.
Eso en cuanto a arquitectura, no en forma alguna en lo que atañe a las relaciones de términos metafóricos, que ahora se adelgazan hasta el punto de neantizarse, compatibilizando aún lo contradictorio.
Ernesto Flores -un además de otras cualidades- es un gran metaforista. Las muestras que antes transcribí son sólo una tentación a hacer El viaje, en que se unen cielo y tierra, mar y bosque, los paisajes de los ojos que miran lo circundante y los paisajes del tacto en su avidez de las yemas dactilares y los labios que transitan un cuerpo femenino, el más vario en fractuosidades, vericuetos y breñales.
Esto es nomás, una introducción a su lectura, que a cada quien le brindará distintas rutas y diversidad de metas. Alguien va a darle importancia a palabras que se repiten con el aliento de símbolos; otros irán a inquirir la intención de algunos giros; quien buscará las clases de las metáforas empleadas, y no faltará quien pretenda la propia alma del poeta.”
Libros de poemas: A vuelo de pájaro, Guadalajara, Cóatl, 1969. El pasado es un país desconocido, Guadalajara, Departamento de Bellas Artes, 1975. El viaje, México, DF, UNAM, 1978. Mensajes desde el olvido, México, DF, FCE, 1998. Todos somos los ángeles oscuros, Salta, Biblioteca de Textos Universitarios, 1998.
Juego de niños
I
El viejo patio.
Un muro de ladrillos enlamado.
El naranjo aromático se cubre
de follajes en flor.
Un hilo rojo porque las hormigas
suben y bajan con su brasa a cuestas
y la humedad avanza
bajo la superficie desprendida
de ese mohoso mundo que contemplo.
y mi mano de niño con la uña
rompe fresca la cáscara porosa.
El misterioso canto del zenzontle
desprende los jazmines en la sombra,
se come vorazmente
su llamar de penumbras por la ciénaga.
El naranjo aromático se cubre
de follajes en flor.
II
ERA LA TARDE EN QUE ASOMÓ MI MADRE.
Su pelo rojo, su boca azul y su mirada lenta.
Acodada, charca de niños,
se me quedó mirando largamente,
y supo que mi juego es un trigal que pasa,
es una lluvia gris tras los cristales,
es un pozo de grillos
por líquenes del muro germinados.
III
EL ADULTO DIBUJA UN NIÑO CON LOS OJOS:
“Aquí, bajo mis manos te contengo”.
Pero es un remolino y un turbio autorretrato.
Con un color ajeno
desprende como escamas las imágenes
que el niño ignora bajo los follajes.
y un oleaje lo borra si miras desde fuera.
Las playas de la tarde nos separan.
El taller de los sueños nos diluye.
El rumor del almendro nos sumerge
cada vez más, hasta quedar muy lejos.
Viendo pasar canoas en Santiago
HOY ENCLAUSTRADO POR CIUDADES VUELVO.
Madrugarán mujeres y de sus baldes
arrojaron imágenes en el río
y se van navegando las cúpulas de iglesia
dormidas al vacío.
Acodado en su orilla
un niño ve cruzar mis ojos en la onda
y a ciegas los reflejos manan
por la piel lustrosa de sus mejillas.
Y las canoas como flechas acuáticas
entre los niños desnudos y lirios
flotantes, se deslizan.
Las lavanderas cantan,
sumergen ropa blanca en los colores
que pasan.
Mas qué borrosa orilla, qué lejana.
(Tú que te asomas, no revuelvas el agua,
lo disuelves todo con tu palabra.)
Lo
disuelves
todo.
Naturaleza muerta
LA LLAMA DE CRISTAL CON MARGARITAS.
La bandeja de plata. Un blando lienzo.
Dos tazas de café.
Un cenicero con un mundo,
sus fantasmas escapando entre sombras;
las huellas de unos labios
y de unos dedos ávidos, ausentes.
Una fuente con dátiles e higos
que el tacto alcanzaría
con gula,
y unos ojos que todo lo coloran.
El rincón y el cuadro áspero y escarapelado.
El frutero y sus morados racimos.
En la sombra, serenas,
las manzanas rugosas abuelas de tus labios,
y aromas: la caoba
de la color frutal de los mameyes.
Queda todo, por siempre
en el rincón testigo.
Del agitado sauce de la lluvia,
allá el cristal en que Ámsterdam se asoma.
Abísmate en mis ojos derruidos
emergen los amores del pasado.
Espejo ante un espejo, las caricias
por siempre se repiten.
La amada y el amante se desnudan
y olvidan la ceniza en la mejilla.
Hoy eres mía, oscura, entre mis brazos:
aspírame en el último segundo.
Interior
EN DÍAS COMO ÉSTE,
en días de lluvia,
los gatos se asoman en los cristales
como niños curiosos.
Gasas grises flotan más allá como fantasmas.
Y las gotas, prisiones misteriosas de personas lejanas,
las gotas que transportan los ausentes relámpagos,
las gotas que son clavos candentes, que son brasas,
las gotas,
se abisman en el recogimiento de mi cuarto,
se duermen en el hueco de mi casa.
Aquí dentro, las penumbras bostezan desde la ventana
y una capa de polvo en ellas se desnuda.
Estoy solo y mi alma: un bodegón en calma.
Se acurruca la reflexión en un rincón.
Los recuerdos se hunden
en el sepia amodorrado de la luz lejana.
Lama crece su selva milimétrica
en el mapa en silencio.
Huele a nueces, higos y avellanas.
La llama oscila femenina
sus redondas caderas ávidas.
Mi rostro entre mis manos se aposenta:
está en penumbras el sueño de mi casa.
La mecedora
Para O. con la ternura
de una decadencia compartida
FLOJA LA MANO BLANCA DE UÑAS ROSAS
y su hermosura
dormitando a un calor de invernadero,
Olivia entrecierra sus ojos
mientras empuja con su pie descalzo,
desde la mecedora,
los ímpetus de un sueño.
Gozosa de su juventud,
se va profundamente abriendo;
naciente de su mismo aroma,
vive lo que imagina
y se deja morder,
pecosa,
y se sublima fuera de su tiempo.
Te meces,
oscilante muchacha sobre un mundo de amantes
en el trapecio.
La cabellera rubia en su caída de brisa
todo lo va cubriendo.
A Olivia se la lleva,
a Olivia la regresa el pensamiento.
Pasa otra vez la antigua película de amantes:
la mecedora en sus brazos abiertos los abruma,
los envuelve en la niebla del deseo.
Olivia
somnolienta sisea,
sopla hacia ellos
su boca fresca hecha de hortensias
bajo el trigal ondulándose en descenso.
Olivia a la caricia vehemente de unos labios,
Olivia bajo el tumulto de unos dedos,
Olivia...
Pero estoy frente a ella hoy y la veo:
vieja la hermosa Olivia,
desdibujada imagen declinante.
Ya no más los amantes,
ya no más los jóvenes cuerpos.
La boca desdentada y su mueca nostálgica.
Las pupilas marchitas ruedan en el cieno.
La frágil voz de seda
que se quiebra en un cántaro hueco.
Sus muslos de azucena flácidos.
Los anillos del cuello.
Los otrora turgentes, los senos descendentes
y altares en que amantes de rodillas
quemaron incienso.
Obstruye manecillas con dedos obstinados.
Algodones al aire,
regresan sus recuerdos.
¿Qué hoy desciende, como ancla
hasta el silencio?
El agua pasa
con su lento depósito de vida.
El agua cae en el acantilado.
El agua vibra y nunca permanece
a nuestros ojos que también arrastra.
Olivia como un río.
Estoy mirándome, mirándola:
como llama y crisálida de seda.
Olivia, estoy mirándote.
Olivia...
El agua pasa pero el cauce queda.
Del amor inconsciente
POR LOS CANALES TRANSPORTAN LOS BARQUEROS
el sonido del agua,
mientras tú y yo
hacemos el amor tan denodadamente
que me deslizo
buscando por la gruta el paraíso.
Áncora y rueda,
el tiempo pasa líquido
mientras jugamos
siguiendo un torbellino y nos gozamos,
hasta enraizárteme, hasta derramarme,
hasta precipitarnos para siempre.
Cuando un millón de muertos abandona su sombra,
cuando lleva un poeta su poema al quirófano,
cuando los presidentes furtivos asesinan,
y en Ghana se tatúan de mitos los nativos,
y en Bangla Desh el hambre devora a los halcones,
y hachan hombres en India y arrojan a los buitres,
y en Chile sacrifican los corderos,
y en el Tíbet los inconformes lamas
se prenden fuego,
y hombres de Cromagnon
practican dondequiera un cruel deporte
(agresión al país por amor a la patria),
y en Madrid lágrimas de cocodrilo,
panderos de colores y jaleo
en hedor del plomizo cadáver del caudillo...
Pero de pronto en Plaza de San Marcos
un tumulto incesante de palomas
príncipes del placer entre alas blancas,
hacen en contrapunto el amor como nosotros.
Un mundo en sismo de contrastes locos.
Por los canales
las góndolas naufragan en un túnel de música.
Te asomas aún sonriente del amor
y tu desnudo,
alucinante y pleno,
cae en el agua y se lo lleva el tiempo.
Balada del retrato
ME ASOMÉ Y EN MÍ MISMO
un orificio enorme abrió su boca,
como una tumba, como un remolino
donde se va la imagen
ahogada en las profundas
aguas de la otredad rumbo a la música.
Y ahí, tras de mi piel cerrada de vitrales,
vi pasar gaviotas y peces fantasmas.
Y mis paisajes ahí dentro fueron,
a oscuras, de humo y ráfaga.
Poema de dos en la oscuridad
OSCILANDO ANTE MÍ
te adhieres como un cartel de sueños a mi córnea
y te veo, para siempre vibrar como una llama.
No sé torpe, decirte que te amo.
Ya no te importa, ciega, sorda, ausente.
Estás entre mis ojos y la luz, como una transparencia:
escurridiza, fresca, iridiscente gota.
Mientras de piedra, turbio, me consumo,
qué cárcel te me has vuelto.
Qué tumba.
Qué cielo abierto para el pájaro.
Qué oscuridad.
Qué chispazos de estruendo.
Qué escapatoria de las realidades
tan infinita,
Qué submarina a mi nocturno vuelo.
Qué respirable, íntegra y cimera.
Qué hecha a mi deseo.
Qué, tras el cristal,
ciudad de lluvia cuando estás callada.
Qué flotante fantasma
tu silueta, en mis manos, gris, de humo.
Qué de luciérnagas tu perfume.
Qué de cisternas
eso que tus miradas anochecen.
Qué aborrecible cuando me aborreces.
Tierna cuando me acaricias.
Así llego hasta ti,
inundación te asedio, isla,
cazador a la cierva flotadora,
amo a la esclava,
paje a la reina,
orangután a la novicia trémula,
hasta que un maremoto me arrastra y choca y truena,
y todo gira al remolino del silencio.
Todo a pesar, de pronto, que no existo,
que no soy yo, ante un abismo torvo que no acaba.
Oscura, brasa en mi alma,
voz ausente al alcance de mi tacto:
no necesito decirte que te amo.
Breves cantos de asombro
I
UNA MESETA Y MUSGO
el lecho de tu vientre por mi nuca,
helecho de tu vientre germinante,
el hecho de tu vientre con mi vientre:
la chispa del contacto
en la concavidad nocturna de cometas.
Por la ventana, grillos.
En tinieblas
avanza mi caricia y te desnuda,
deslizo mi caricia y te reinventa.
II
AL OÍDO ME DICES, APENAS, UN GEMIDO.
Y te me entregas, sombra, íntegra y mía,
para siempre tenue,
para siempre magnífica.
Me precipito en ti,
ligero polvo en llamas
por alguna rendija.
III
QUÉ SOMBRÍA ERES.
Entro en ti y en la gruta
y te arrojo mis voces.
Con los ojos cerrados a tientas te coloro,
submarina y nocturna.
Pero ahora los abro
y eres forma a mi alcance,
desnuda, universal,
arco iris telúrico de arcilla,
y un momento más tarde te borras para siempre.
Amada,
qué sombría eres.
IV
COMO NUBES QUE AVANZAN
sobre las superficies de los campos,
mis yemas siguen por tu cuerpo terso.
Van colinas abajo
con rumbo a los barrancos.
Rebaños de blancuras
por entre arrayanales florecidos.
Valles, montañas,
sombras que se aletargan y se alejan
alcanza mi deseo.
Todo lo cubre mi avidez de niebla.
V
ACANTILADA MI OBSESIÓN TE BUSCA.
A oscuras eres
púrpura, lima, beige,
magenta, trigo u ocre.
Mas no lo sé:
fue la imaginación lo que tú fuiste a ciegas.
VI
QUÉ AUSTERO EL ESCALARTE LA SILUETA:
un árbol de follaje estremecido
y oscuridad nos mece y nos incendia.
VII
AHORA ESCUCHO TU OMBLIGO,
su leve remolino de agua lenta.
Pongo el oído en tu piel transparente,
y el curso de tu sangre con imágenes,
como un arroyo blanda,
como la noria oscura,
murmura y se desliza ante mis ojos.
¿Me has escuchado? Duermes.
Se borra el espejismo. Ahora contempla
que el pulso de tu sexo y de mi sexo
se derrumban después del paraíso.
VIII
BROTAS NACIENTE HOGUERA
y te agreden mis yemas como tigres minúsculos
en el rico durazno de tus brazos.
Tú al rescoldo recibes
como un leño incendiado mi violento tributo.
IX
ASCIENDO TUS SUSPIROS COMO LAS ALTAS CUMBRES
y me injerto con ellos.
Y el gozo alucinante roe nuestra explosión.
Estas caricias vertiginosas se hunden
y al abrazo que abrasa crepitamos.
Un terremoto anuncia los derrumbes,
salvaje trepadora hasta el gemido,
y te poseo.
Y las llamas azules nos consumen.
GUILLERMO FERNÁNDEZ
N
ació en Guadalajara, el 2 de octubre de 1932. Es el traductor de literatura italiana más importante de México. Premio Jalisco de Literatura.
Escribió Mariano Flores Castro: “La poesía de Guillermo Fernández se distingue por la condición perdurable de sus imágenes y por cierta suntuosidad verbal que en ocasiones toca las superficies desaforadas del delirio, como en una suerte de pérdida de control que termina siempre por convertirse en triunfo sobre el material vital que la sustenta. Sus poemas en prosa preceden de alguna manera a buena parte de las corrientes experimentales de poetas de generaciones posteriores a la suya.. Desde Visitaciones (1964), este poeta demarca sus ritmos, pule sus instrumentos expresivos y, donde encuentra la savia o la sangre, hinca su visión para extraer la encendida palabra que anima a las sombras, los sueños y los deseos. Toda su obra, pero particularmente La hora y el sitio, está poblada por seres mitad reales y mitad imaginarios con los que juega a recobrar y perder, alternativamente, los discursos del silencio, los ambientes en que se han transfigurado el amor, la soledad, el misterio de la existencia. Hay aquí algo de religiosidad que se quiere liberar de los imperativos accidentes del conocimiento. ¿Qué formas adopta este rescate, esta pesquisa de lo trascendente tras lo cotidiano? Para Guillermo Fernández el color, la textura y el volumen de cada palabra están envueltos en las leyes de un metalenguaje que no se detiene ante nada. Todo lo dice, todo lo recoge como si se tratara de joyas ardientes. La sabiduría verbal de Fernández, su dominio de las mínimas oscilaciones del significado, su incorregible vicio de la exactitud, son para el lector auténticos paraísos donde surgen las más raras voces, los más altos frutos del tiempo fugitivo. Su mundo se complica hasta lo indecible, pero si en él se entra dispuesto a desentrañar su misterio, el que lee vive, literalmente, la experiencia luminosa de una poesía que creíamos desaparecida.”
Libros de poemas: Visitaciones, México, DF, Mester, 1964. La palabra a solas, México, DF, Pájaro cascabel, 1965. La hora y el sitio, México, DF, Libros escogidos, 1973. Antología poética, 1981. El reino de los ojos, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1983. Bajo llave, México, DF, Katún, 1983. El asidero en la zozobra, Guadalajara, Departamento de Bellas Artes de Jalisco, 1983. La flor avara, 1989. Imágenes para una piedad, Guadalajara, Cuarto Menguante-Universidad de Guadalajara, 1991. Exutorio, México, DF, UAM, 1991. La hora y el sitio. Bajo llave, México, DF, Lecturas Mexicanas-Conaculta, 1991. Seis poemas, Guadalajara, Filodecaballos, 2002.
Hacia la noche
A Juan José Arreola
DEL ALTO MURO ENSIMISMADO SE DESLIZA el hilo tornasol y fugitivo de la hora.
Alguien y su gesto poderoso ha ordenado el silencio repentino de los pájaros.
De un agua internamente estremecida hace su pedestal la estatua del aire y mira esta bahía de luz desolada, en la que el más pobre de los deseos no encuentra albergue.
Extravía su curso un rumor de aguas ocultas, hilvanando los ecos que el olvido nunca cicatriza del todo. Emerge de la tierra honda del recuerdo a reblandecer el perfil de las cosas y doma la soberbia que les presta el día, reduciéndolas a un coro de polvo impreciso.
En esta hora, en que la luz anuncia las cotidianas profecías, no cabe ya mirar sino hacia adentro. Desandan los ojos el camino donde nada creció más que la herida y el diálogo ininterrumpido con nuestra propia sombra.
Y crece con la noche el fraude de estar a solas consigo.
Vivimos en el sueño nuestra fábula más cierta.
Hablando a Cernuda
... y con sueño se volvió —lentamente
adonde nadie sabe nada de nadie. Adonde
acaba el mundo.
I
YO SOY LA SOLEDAD EN CRECIMIENTO
la sola cuerda en una sola lira,
la afilada presencia que conspira
contra el paso del día bajo el viento.
Surtidor de un secreto movimiento,
sobrevivo a la luz. En mí respira
la vida eterna de la noche y gira
la quietud indecible de su aliento.
He venido a olvidar aquella espuma
que vio la transparencia de la nada.
No me importa saber lo que consuma
el bullicio del día que se dora
en coágulos de vida abandonada.
Solitario en el bosque y en la hora.
II
¿HACIA QUÉ LUZ VIAJA NOVIEMBRE;
en qué mano su cuerpo se desgrana
y siembra la tristeza de pensarte
en un hondo balcón deshabitado?
Lo sabías: “La vida no es un sueño”:
es una larga vigilia cenicienta
que afila su verdad de espina pura
en la yema sin fin de la memoria.
(Existe la Belleza
—el terso endriago rubio.
Su blanda mordedura
espiga los islotes al alcance
de un sueño que se sueña en el otoño
y mata lo que toca o lo que mira.)
Hablando a Hölderlin
ACUDIR AL LLAMADO DE LA NOCHE
que se consume en la hoguera sagrada.
Oír el canto inútil del arroyo
presentido al través de la ventana
que fija su ojo muerto en el paisaje.
Se siente palpitar un mundo extraño,
un trastabillar en la cuerda insegura
de las cosas que fueron y serán
una manzana ajada en nuestras manos,
soñándose a sí misma y un silencio
que grita en las oscuras galerías
de la sangre, clavando su alarido
en la sombra febril de lo aguardado.
La palabra —indigente en mina oscura—
calla lo por callar y por sabido.
La carne es más profunda y tensa su arco
desde la erguida torre del deseo,
oteando lo posible y lo imposible
—exiliada quietud en su tiniebla.
Acaso una silueta en extravío
se asoma, temerosa, a nuestro pozo
de agua viva y angustia fermentada,
sonriendo la inocencia más remota
al espejo letal de la caída:
hechizo de sorpresa que retiene
un momento —designio poderoso—
y súbita se lanza al laberinto
donde yerran aullando los deseos
disfrazados de sí mismos y antiguos
como el nombre terrible de los dioses.
(Inmensa pena anónima deambula
por las aguas tranquilas de la noche
y extiende sus límites fronteras
hasta rozar los labios del arcángel
atrapado en las redes de la angustia.)
Tiende el ala con vuelo deslumbrado
Amor, en los espectros del horóscopo,
en paz con el recuerdo y el olvido.
Recado para Lucian Blaga
POR QUIEN TE AMA SÉ
que caminaste tus primeros años
a través de perímetros absortos
sopesando porciones silenciosas,
uvas de Lancram que por vez primera
desataste en tus labios la palabra
suplicando perdón por derramar la luz
En tu casa encontré fuertes amarras
prietos nudos que sueñan con romperse
Yo sé también que con tus manos
nos buscas un lugar entre mortajas
con la melancolía de las cosas
que nunca conocimos
y nos dejaron triste la mirada
Que llegas puntual hasta la mesa
de la noche rumana
y junto al pan y el vino
pones como quinqué
la corola de milagros del mundo
Y cuando tus hermanos gimen
por esa otra noche trasladada
abres de par en par una ventana
para que llegue hasta la mesa el horizonte
Pones en libertad al ruiseñor
que picotea el cascarón del firmamento
y nacen de pronto otras estrellas
Abierta o cerrada
la ventana es transparente
Y en el gran correr de esas aguas
que se niegan a lavar la otra orilla
pasas mudo como un cisne
pero con la esperanza cantando en la mirada.
Tus fantasmas
A MEDIANOCHE
cuando vuelven a abrirse las puertas del reino
—Isabel Estambul Nueva Zelanda
las tierras firmes de la infancia
playas acariciadas por aceites navegables
y el viento azul peinando la cabellera de las arpas
cantando en las alturas de las torres
esa piedad que resucita a los amores muertos—
ellos comienzan a moverse en las manchas de los muros
descienden como arañas ateridas
te llaman por tu nombre desde la congoja
A medianoche
el canto de los grillos los convoca
la hora les espesa carne y huesos de ceniza
y prefigura en la aridez de sus rostros
la flor de las sonrisas
iluminadas por el limbo que brota de tu sueño
Noche a noche se acercan a tu cama
a beber en las sábanas el agua de la resurrección
trastabillando entre los restos del naufragio
buscando a ciegas el don de sus arcangelías
porque ellos son los primogénitos del corazón
y bajo la frialdad de sus despojos
alienta aún el sol de medianoche
Porque no dicen otra cosa que sus nombres
ellos podrían revelar las palabras esenciales
la que escucha el ahogado en el acuario
la que pone a temblar al bosque desolado
la que deja una gota de miel en la punta de la espina
¿Qué sería de tu imperio sin sus reinos?
Que vengan todos y se sienten a tu lado
para esperar estoicamente la mañana
A la primera luz pónganse el violín al hombro
para decirle adiós al barco que se aleja...
Los elegidos
DESDE ESTE LECHO DEVORADOR DEL REPOSO,
desde este oleaje profundo
hablo de ti,
de la campana del nosotros,
de la destrucción navegada con los ojos cerrados.
Aquí,
arrebujando la quietud de la seda,
recuperamos el buque abandonado por el tiempo,
implacablemente desnudos
adheridos a la penumbra,
a la piel flotante victoriosa en el naufragio,
a lo que reverbera detrás de nuestro pulso,
a nuestros hermosos nombres de barco.
Frente a esos rostros que trasuda el rencor de los muros
dime
¿Nos importa en verdad ser la gavia centellante,
la burbuja que resiste el peso de una loma,
de una lenta catarata de cenizas,
el cielo y su invisible población de pájaros?
No.
Y qué.
Es preciso vivir sólo las palabras necesarias.
Caminemos por este basurero apoyándonos en un
bastón de vidrio,
por senderos antiguos cubiertos por la hierba,
por la sonrisa de hospital de los amigos,
por el lucero que extraigo de tu sangre.
Es preciso vivir aun las difíciles palabras,
oírlas reventar en nuestras manos,
diseminarlas en la noche para que amanezca un color
de torre altiva,
un destino de luz en la mirada.
Somos los elegidos.
Tomamos por asalto nuestra pobre porción de lo eterno.
Odiamos, mentimos, fornicamos
con la sencillez del niño que bebe un vaso de agua.
Carta de Nonoalco
“LOS MUEBLES SE HAN QUEDADO MÁS QUIETOS QUE NUNCA.
Los miro fijamente y perforan sus sitios hasta
desaparecer.
La miseria anda medrando en las sartenes vacías,
las cucarachas se fueron sin decirme adiós.
En fin, todas nuestra cosas andan atontadas,
cuchichean en los rincones,
escapan al tacto
y yo sé que no duermen,
que cuando apago las luces se amotinan tras la puerta
o se van a la ventana pensando no sé qué.
Cuando estoy a la mesa con las migas amargas
se ocultan a mis ojos,
cambian de sitio,
me maltratan,
me abandonan a la siempre recuperable soledad.
Qué pequeña resulta la casa sin tus pasos.
Todo te lo llevaste:
los planos del espacio,
las palabras atmósfera y oxígeno,
lo frutal de tu silencio despeñándose en la luz,
las cartografías del sueño y de la libertad.
Estoy clavado por tu silencio enorme,
por la tristeza que te guía como perro de ciego,
por tu fe despilfarrada en las criaturas de las fábulas,
por la mano acariciadora del espanto,
por tratar al desamparo cara a cara y saludarlo
distraídamente,
por el aire difícil que tú confundes con un huerto de
naranjos.
Si abro la puerta, la casa se inunda de una ira amarilla,
la envidia entra a calcinarme los huesos
porque nunca he odiado como ahora,
porque sólo me faltan tus sollozos para ser feliz.
Conoces mi desgano de inclinar la cara hacia
las tumbas,
de caminar por las semanas de las mutilaciones
como un viaje emprendido hacia ningún lugar,
hacia el cadáver remoto que tal vez me necesita,
del momento que se tiende a lo largo del lecho para
ofrecerme lo que la carne recuerda como un galope
perdido.
Camino ausente de mis pasos.
Pregunto por mí en el alcohol del llanto
y no me respondo.
Las palabras nada saben,
asumen el dominio de un imperio soñado.
Vuelvo a la sospechosa paz de Nonoalco
a respirar la sombra de una ráfaga inmóvil,
a pensar en las redes del último juego
del que el hombre se levanta como la única bestia
coronada.
Ya no sé si estoy vivo o muerto.
Ven a decirme la última palabra.”
Tu limbo
SIGUES VIENDO CÓMO EL TIEMPO CAMBIA DE PIEL —oscura, blanca, oscura, blanca...— en el arenal de la monotonía; las máquinas de la vida, que trabajan incansablemente para olvidar el paraíso; a los hombres con su miserable muerte a cuestas, sus pequeños hijos, sus pequeñas mujeres, sus pequeñas vidas tan inútiles y, sin embargo, ciertas.
Algo por lo menos.
¿Pero tú? Tú sigues trazando las líneas indecisas de un proyecto para tu vida, negro sobre negro en la destinada hoja que te dieron al comenzar el horror. Ni en su reverso queda ya un espacio blanco para dibujar la gota de agua que resbaló sobre un hombro desnudo ni la música de la mano morena en el mantel blanco.
Negro sobre negro, y bajo esa lámina tan fina están ardiendo en fuego negro todos los rostros con que apareció el amor frente a tus días; la confusión larvaria de un ejército de cuerpos tuertamente besados, penetrándose ahora, sudando sordo sudor, diciéndose al oído nombres ateridos, asfixiándose en una misma sentina y repartiéndose el botín que abandonaste en camas y cavernas.
Mentías cuando dijiste que tu vida cabía en una hoja blanca. Y cómo te acobardaste cuando te babearon el sueño; cuando fue cerrándote las puertas, interponiéndote aduanas, tapiándote los jardines de la mañana.
Y te construiste una torre a tu medida, piedra sobre piedra, dogma sobre dogma; señor absoluto en tus desiertas galerías, Usher flotante sobre terciopelos insidiosos, ordenador de la penumbra en los invernaderos de la música. Y te quedaste perfectamente a solas, viendo cómo el silencio sigue engordando como gato castrado.
Sin embargo
... SIN EMBARGO, YO SÉ QUE EN LAS TINIEBLAS
una mirada buena me sonríe
y le ruego a la luz de la mañana
que se quede donde está, contemplando
la dicha de los otros, tras los montes;
que Josué alce de nuevo su mano
y nos ayude a dejar las cosas
como están: que los otros continúen
floreciendo en su gozo iluminado;
que siga siendo fiel a esa mirada
que me ama y acaricia en la penumbra.
Cancioncilla
UN LLANO SOL AMIGO
entibia el agua dulce
que brilla en la mirada
de mi joven señor.
Cuando cierra sus ojos
dos balcones se aíslan
en las horas tranquilas
de mi joven señor.
Canta bajo sus párpados
toda la monarquía
de la melancolía
de mi joven señor.
Cedo mis territorios
y el afán de mis armas
a una sola palabra
de mi joven señor.
La commedia è finita
A FIN DE PERSUADIRTE
me puse al hombro todos los violines de la orquesta
al contrabajo le arranqué trinos de jilguero
en mis labios las sierpes de las flautas eran niñas buenas
y a los timbales entregué mi corazón
A fin de persuadirte
canté mil arias de óperas ridículas
sin saber si eran de Rossini o de Leo Dan
me obligaste a cantar en registros demasiado agudos
y no hubo partitura que no ardiera
en el rogo de agosto y la desesperanza
A fin de persuadirte
desplegué mi pericia de tanguero
vacié mi repertorio de piruetas
y perrunos silencios suplicantes
Al caer el telón
desiertas las butacas de mi teatro
las mismas que ocupaste sólo tú
me quito la peluca polvorienta
y el maquillaje que acentuaba al tanto amor
esperando el aplauso que nunca llegará.
ARTEMIO GONZÁLEZ
A
rtemio González García nació en la población alteña de Arandas, Jalisco, el 19 de marzo de 1933. Se inició en la literatura bajo la dirección de su padre, el filósofo José González Martínez.
Con la orientación del maestro Arturo Rivas Sainz adquirió su propio modo de expresión e, invitado por él, fue socio fundador del Ateneo Summa en su segunda época.
A lo largo de su vida como escritor ha cultivado la poesía, luego la narrativa y la dramaturgia y posteriormente el ensayo. De 1967 a 2002 publicó nueve libros. Ha colaborado en periódicos y revistas diversas, así como en libros colectivos y antologías de poesía. Ha recibido distinciones en certámenes literarios y presentado conferencias en diferentes foros.
A partir de 1988 ha publicado unos doscientos textos de ensayo literario-filosófico en la sección de cultura de El Occidental y en el suplemento cultural El Tapatío de El Informador.
En el periodo 1995-2001 fue director de publicaciones de la Secretaría de Cultura de Jalisco y coordinador del taller literario Elías Nandino, dependiente de la misma.
Libros de poemas: Erial del cero, Guadalajara, 1967. Estrellas de la oscura miscelánea, México, DF, Ediciones Xilote, 1969. Orfandad de la flor, Guadalajara, Colegio Internacional, 1969. El velador de espantos, Guadalajara, 1974. La eternidad y el humo, Guadalajara, Dimensión Creativa, 1982. Entre los simulacros y los signos, Guadalajara, Consejo Estatal de la Cultura y las Artes, 1994. La traducción del polvo, Guadalajara, Secretaría de Cultura de Jalisco, 2002.
Los feudos del idioma
I
VIENEN CON ENUNCIADOS DE ESPUMA,
en la marea
van habitando verbos,
organizando muchedumbres sintácticas
ejércitos bimestres.
Pasan... Hacen los feudos del idioma.
Yo desmonto los párrafos.
Les leo el corcel recóndito a ocultos capitanes
que arrean los predicados.
Estoy bajo sus patas: Traduzco la escritura.
El tesoro del mundo en su misterio
EL MUNDO NO ES DE AZÚCAR NI ES DE TIERRA:
vivir en su metal es ministerio,
en su interludio de ataúd me encierra
para urgir su interés de cementerio.
La hora aprieta ausencias, el paso herra
su pan de caminar que es magisterio.
Me pesa mi pasaje y más se cierra
la mitad de mi ser a su hemisferio.
El mundo es redondo y es su ideario
la raíz que emboscó su itinerario.
Duele la nuez que atesoró su imperio.
Para allanar los claustros del rosario
donde es semilla su insondable erario,
cargo la enorme llave de un misterio.
Epi-polvo
(segunda edición)
EL TEMBLOR DE LA LUZ TIENE OTRA TINTA
que es sangre e ilusión de otra instantánea,
la vida se disuelve en miscelánea
de igual tropel y de ánima distinta.
La aparición palpita y se despinta
en dilución de niebla, es momentánea
la fantasmagoría contemporánea,
y pare la razón y muere encinta.
Yo he de volver a mí, por mi epicentro
los escombros del credo en que me empolvo
se imprimen en la fe como en la brisa.
Y se cierran mis páginas, por dentro
Dios medita en la sede de mi polvo
y la muerte me edita en su ceniza.
Autorretrato sin historia
ESTE TONO DEL BAJO QUE ME EMBOSCA
al escrutinio asolador del mundo,
es la música abstracta y sostenida
de la. sangría que le hago al precipicio.
Sin litoral del éste y del aquél
despedazo las conchas de los números;
caigo dentro, busco agua
dentro del agua
y con la sed de otra agua reconstruyo
el pozo que me dio el primer espejo.
Hondo de mí mientras me ahondo más
le quito un cero más al cero exacto,
¿qué hay más allá del cero que no es cero?
Fondo del fondo en el sinfondo vuela
el esqueleto físico del mundo,
y en el desecho del dibujo humano
dejo flotar la cáscara que duele
a la vida del muerto que camina.
Ya el signo designado
es silogismo de desnudamientos,
números como espinas
bajan
por esta cuchillada del instante
que corta
mi accidentada aparición de viento.
A cálculo diferencial de sí y de no
el minuto atraviesa
por mis fragilidades suspensivas...
Y no soy yo el cosido a puñaladas
por el reloj de la verdad que miente
con las agujas con que cose vidas.
Me palpo el litoral del nombre
que me finge
e inhóspito de mí me busco en el que sale
por la puerta del signo escrutador:
Yo soy el que se escapa
de su tajo de espacio,
y a mansalva del réquiem
que me convierte en epitafio alcanzo
a retratarme en pensamiento vivo.
Entre escombros de tiempo
y el presente atravesado al vientre,
me tiro sobre mí,
caigo de bruces
sobre la noche que guardó el registro
de mi caída en una perla de éter.
A rasa eternidad hago mi análisis:
mi aparición, mi nombre, mi accidente;
me escruto el litoral de la conciencia.
y lo que flota a plomo del silencio
es sólo el figurín del simulacro.
Ya el espacio que ocupo es el sarcófago
de mi retrato de horas v de huesos.
El reloj me acomete con dos sílabas
-encogida fonética de agujas-
y los años me pinchan la silueta
con su música elíptica de instantes.
Un olor a algodón borra los límites
y lo que ya no vive es lo que vive.
La aridez de lo eterno ya no duele...
De tan oscura ya la noche es clara.
en la plana que cae a la intemperie
de una pluma quirúrgica
que le abre las arterias al tintero
y pasa sin estela y sin historia
por la blanca anestesia de la página...
Cima del fin
EN DONDE EL SER REVIENTA SUS RAIGAMBRES,
yo vi cerrarse en sepulcral candado
el alcatraz del mundo anonadado
sobre la cima de la piedra de hambres.
Se destejió la luz en los estambres
de la noche. Quedó incomunicado
el túnel a la vida, y liberado
el vacío se sostuvo sin alambres.
Cima del fin. Lo humano de consumo
lo consumí al menú del desterrado,
y me siguió de comensal el humo.
Cuando cedió lo urdido a lo acabado
y la materia evaporó su grumo,
el espacio volvió por su candado.
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
L
agos de Moreno, Jalisco, 11 de febrero de 1934.
Gracias a estas palabras que me son dichas al oído por seres silenciosos, nos encontramos sobre la superficie de este papel nuevo. Mi locuacidad (recuerdo a Chesterton) es más poderosa que mi orgullo, y por ella te encuentro en este bosque de papel.
Muchos poetas escriben para levantar el pedestal que los hará visibles dentro de mil años, y pagan su ambición con el alto precio de la inmovilidad; ahí están en los parques, con sus libros broncíneos y la mirada siempre hacia dentro de todas las estatuas. Otros cacaraquean anunciando el nacimiento de un nuevo poema y algunos cantan nada más porque sí, sin preocuparles la intemporalidad; cantan aquí y ahora.
A veces pienso en el siglo y en nuestro momento. Me gusta la vida y me aterra la posibilidad de que la destruyan.
Nos encontramos y tengo mucho que decirte. No sé si lo haga bien. Sé que me gusta decirlo.
Te propongo un juego con palabras como piedras de colores. Si encuentras en lo que digo algo que te pertenece el juego seguirá, porque mis palabras son tuyas y de todos. Lo único que hace la poesía es cantar lo que a todos pertenece.
Libros de poemas: Buscado amor, Buenos Aires, Losada, 1965. Desde Inglaterra, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1971. Samarcanda y otros poemas, España, 1972. Resistencia a particulares, México, DF, Era, 1974. Cuando el placer termine, México, DF, Joaquín Mortiz, 1977. Cantos de Plasencia, Madrid, Hiperión, 1977. Antología poética, 1965-1977, México, DF, Instituto Ita1iano de Cultura, 1978. Poemas para el perro de la carnicería, México, DF, 1979. El Tarot de Valverde de Vera, edición del autor, 1981. Meridiano ocho-cero, España, 1982. Cantos del Tomelloso, México, DF, Universidad Autónoma de Querétaro-Universidad Autónoma del Estado de México, 1984. Georgetown blues y otros poemas, Querétaro, 1987. Las peregrinaciones del deseo. Poesía reunida, 1965-1986, México, DF, Fondo de Cu1tura Económica, 1987. Andar en Brasil, 1988. Los soles gringos, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 1989. Cantos del Despotado de Morea, España, Verbum, 1991. El nombre oculto de Grecia, Grecia, 1991. Nuevas peregrinaciones, Secretaría de Cultura de Jalisco, 1993. Los pasos revividos, 1993. Una estación en Amorgós, 1996. Peregrinaciones. Poesía 1965-2001, México, DF, Fondo de Cultura Económica, 2002.
El tránsito del sueño
DAMOS EL PRIMER PASO FUERA DE NUESTRO YO;
caminamos palpando los muros de una galería que no termina
nunca.
Más inhábiles que un niño,
más débiles que la mañana de invierno
recorremos las calles de esta ciudad que es nuestra
y que no conocemos.
Mejor la humedad del vientre,
las garras apretadas y el cordón de la vida siempre dulce.
Mejor esas paredes de carne en que comenzó el tránsito
y la aventura estaba ligada sin remedio
a una fuerza tierna y expectante.
¿No terminará nunca la galería del sueño?
¿Qué hay detrás de este andar sin ver caminos?
¿Dónde se detendrán nuestras palabras?
¿En qué cauce se desnudará el aire de la búsqueda?
¿y qué vendrá después?
¿Será el infierno?
—este grabado de Doré,
estos gritos que escapan de la gorra de Dante—
Amigo, el tiempo no responde.
Pregunta, que la esfinge está dormida;
está dormido Dios.
Tú y yo estamos aquí tocando con los dedos la inútil galería.
III
ERA EL TIEMPO EN QUE SE NOS ABRÍA EL PARAÍSO
en todos los minutos del día.
Días de minutos largos,
de palabras recién conocidas.
El ojo de la magia les daba una iluminación irrepetible,
y sucedió después que el paraíso era un engaño de la luz,
que a los amigos les bastaba un segundo para morirse,
que los amores llevaban dentro una almendra agria.
En la noche el paraíso sigue abriendo su rendija,
un fantasma de la luz,
el que hace que los amigos estén siempre aquí,
que los amores se conformen con su almendra agria,
que el corazón no rompa a aullar en la montaña.
Nota roja
A Cesare Pavese
SALIR UNA MAÑANA DE LA CASA
sin tomar el café, sin decir nada,
sin besar ni a la esposa ni a los hijos.
Salir e irse perdiendo por las calles,
tomar aquel tranvía,
recorrer el jardín sin ver que el sol
va colgando sus soles diminutos
de la rama del árbol.
Recorrer el jardín
sin ver que un niño nos está contemplando,
sin ver las cabelleras rubias, morenas, pálidas.
Pasar cargando una sonrisa muerta
con la boca cerrada hasta hacer daño.
Entrar en los hoteles,
hallar uno silencioso y lejano,
tenderse entre las sábanas lavadas
y sin decir palabra, sin abrir la ventana
para que el sol no meta su esperanza
apretar el gatillo.
He dicho nada.
Ni el sol,
ni la flor que nos dieron las muchachas.
I
YO TE SOÑÉ, CIUDAD,
formé tus calles,
disipé tus ruinas,
levanté catedrales en el viento
y coloqué tus piedras inmortales.
Inauguré un planeta
para verte, rota y encanecida,
levantada para volver a ser.
Mucho me iba en esta loca empresa.
Pensé que si existías
mi ser sería de nuevo.
En esta tarde,
con un sol llagado
al que niegan las nubes,
te contemplo.
Ciudad de sueño,
cómo pesa tu piedra contra el tiempo,
qué pequeña la piedra que me aplasta;
cómo mi ruina es un pájaro mínimo
perdido entre la niebla.
Cómo tu ruina resplandece sin sol
—ay pobres canas de mi débil cráneo—,
mientras tu torre entre la lluvia tiembla.
Pido refugio. El tiempo me concede
descansar en tu seno silencioso.
Tú siempre eres;
mi sueño se fundió con otros sueños.
Estás aquí y te pido que me esperes.
III Defensa del ser
In memoriam Antonio González de León
NO SOMOS MÁS QUE UN PAÑUELO
agitado por el viento de los muelles.
Nuestro deseo es llegar,
pero siempre nos vamos.
Somos una risa interrumpida por el invierno;
una mañana con sol súbitamente invadida
por los ejércitos de las nubes;
una tarde tranquila sorprendida por la lluvia;
una noche con la luna
cubierta de pronto por el temporal.
Pero somos y eso no nos lo quita el viento.
No seremos, pero hemos sido.
Sirva esto para seguir andando
por el camino siempre interrumpido,
para saber que nuestros ojos
siempre podrán distinguir
las figuras que viven
en la otra orilla del abismo.
V
Before me floats an image, man or shade,
shade more than man, more image than a shade...
W. E. Yeats
Miré los muros de la patria mía.
Quevedo
SOÑAR UNA CIUDAD Y DESPERTARSE
viendo sólo su ruina.
Soñar las calles,
las activas gentes,
la tarde en que florecen los amores.
Leer su historia,
la veraz reseña de su placer,
sus guerras,
sus incendiadas noches
y las tersas mañanas
en que todo está por descubrirse.
Soñarla en la mitad de su verano,
cuando los pinos hablan
y la flor de la hiedra
levanta una muralla embalsamada.
Saber que estuvo ahí,
el tiempo que la niega se equivoca,
pues está ahí
aunque los ojos no puedan descubrirla.
Reconstruirla con libros,
con palabras que dijeron sus gentes,
y mirando sus muros derrumbados
sentir que ha sido,
y que el presente sólo nos entrega
vistas equivocadas.
Caen las obras del hombre,
la muerte borra todas las presencias,
pero mientras un vivo
piense en los antes vivos,
en los que construyeron esta ciudad caída,
por un momento la muerte no será,
y en esa compasión iluminada
hay la inmortalidad que es engañosa
y a la vez verdadera,
un instante de regreso a la vida,
un espejismo verde
en el ancho desierto de la muerte.
El último tango en París
A B. Bertolucci
PARA INTENTAR EL AMOR PASAJERO
es necesario borrar el pasado,
no decir nombres,
inventar lugares y personas:
“señora sin tiempo y sin espacio”,
“caballero del pene sin historia”,
“vagina estelar”, “culo del cielo”,
“señora de la luz adormecida”,
“príncipe de las penetraciones”,
“senos que todo lo dicen”,
“ojos que callan”,
“corazón que no siente”,
“pantera”, “gata”, “cerdo”,
“burro incansable”, “olor”,
“cisterna abierta”, “áureos cojones”,
“coño de las consolaciones”,
“soledad para la soledad”,
“felicidad sin nombre” ,
“compañerita de los recreos”,
“sombra mía”, “sombra tuya”,
“todo y nada...”,
y refugiarse en la casa del sexo,
llevando entre los dientes
un caudal de adjetivos delirantes.
Lo único que debe ser real
son los cuerpos libres
para el encuentro y el desencuentro,
el tibio escondrijo,
los lugares ocupados
por el olor carnal,
el lecho del tamaño del deseo
para intentar todas las caricias
y confundir las pieles
en el largo sudor
que resplandece
en la media luz
de las cortinas de la tarde.
Intentarlo, intentarlo,
aunque al final de todo
venga la muerte
a descascarar su risita irónica
y las calles se borren
y el cuarto de los secretos
flote vacío en la noche de la ciudad.
Nada pasó: los que se conocieron
eran desconocidos
y ese amor de instantes
fue un tango absurdo
en el salón tenebroso;
un bello salto en el vacío.
La última fotografía de Malcolm Lowry
And I crucified between
two continents.
EN TU ÚLTIMA FOTOGRAFÍA
tomada bajo las ventanas de Wordsworth,
tu camisa de algodón triste
se arruga de tal manera
que parece un hábito de fraile.
Tu pantalón, roto, deshilachado,
ha perdido toda forma
y tu cabeza se inclina levemente,
como si un ángel de humo
la empujara con sus dedos largos.
La tomaron cuando ya estabas muerto.
Tu humorismo condescendiente te obligó a posar
junto a tu saco de viaje
y a las pálidas latas de sardinas.
Estabas ya en el cielo, morada del Señor
que tal vez te escuchaba;
bajaste para dejarte retratar
y de paso te tomaste otra botella de mezcal,
crucificado entre dos continentes.
Horas de la ciudad
A Octavio Paz,
Carlos Monsiváis
y Juan Rulfo
Fue nuestra herencia una red de agujeros.
Canto mexica
Soñé que la ciudad estaba dentro del más
bien muerto de los mares muertos.
Ramón López Velarde
Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, yace vacío, en tu pecho
de piedra sepultado.
Octavio Paz
There I saw one I knew, and stopped him,
crying.
T. S. Eliot
YA SIN SONIDO EL TEPONAXTLE LLAMA.
El ciclo oculta la prometida estrella
y la mañana que sigue sin llegar,
lenta se anuncia
en el color del aire desgarrado.
En el largo silencio de la noche
sólo la sangre encrespó su corriente
y se tragó su rabia:
Nadie escuchó este golpe clandestino,
esta insurrección diaria que se agota
en la furia empozada.
Ciudad, ciudad, tal vez por la mañana,
antes de que la leche, los periódicos
y el olor industrial del pan sin alma
demuestren tu existencia;
tal vez en el momento que vacila
entre sueño y vigilia
reconstruyas tu imagen,
te alegres con tus flores a María
y hagas claro tu momento de gloria,
tu engalanada muerte, el nacimiento
de la flor del maíz, la risa oculta
que te hace ver el mundo sin cabeza
cabalgando en la cola de un minuto.
Ciudad, ciudad, ¿qué enmarañada furia
destrozó tu futuro, cuántos saquearon
tu heredad de hierba,
tus tesoros de viento y de palabras,
tu pequeña mirada que el asombro
vuelve difusa, tus brillantes harapos?
Son testigos la opaca madrugada
y el juguete que el niño sacó del basurero.
Ciudad, ciudad, tu risa golpetea
las ventanas cerradas, tiembla en las azoteas,
se multiplica y suena a insulto.
Sin embargo, ciudad, te conocemos,
sabemos de ese sol que al mediodía
rompe la nube turbia y redescubre
las caras de tus gentes;
sabemos de las noches memorables
donde el amor habita los jardines,
de las amanecidas con los cuerpos
transidos por el gozo,
de las tardes de brisa con sosiego
de tus muertes de azúcar,
carcajadas en la sala del llanto.
Ciudad, ciudad, en esta madrugada
tus sirenas no llaman al viajero
y por tus hospitales el sollozo profundo
no se escucha, tus criaturas
saben tragar las lágrimas y preguntar sin voz.
El aullido no existe en esta muerte temida y
esperada,
esta muerte entibiada entre los senos
como un pájaro antiguo, el feroz tecolote
de las premoniciones.
Ciudad, ciudad, en aquel día de mayo
tu luz fue tan intensa
que una especie de sombra
nos recorrió la vida, pero, más tarde
y cuando el sol de octubre
entronizó de nuevo al desollado
bebedor de la sangre, la tiniebla
vivió en tus avenidas
y vimos amenazas como se mira el día,
como una especie de cansancio sin voz
y de sorpresa que se muerde la cola.
Ciudad, ciudad, tus dueños se pasean
en carrozas tiradas por centauros,
beben vino en los cráneos esmaltados,
luego las calles “te regalan notas”
y en “el más muerto de los mares muertos”
zozobra tu perfil.
El cronista se bebe la nueva madrugada
desde el balcón. Portales tiene un cielo
de turbia leche, los camiones
recomienzan el rito y nadie vocifera,
andan los gritos por el aire oculto.
Los dioses duales son en el mercado
vendedores de flores, jitomates,
húmedos vegetales, carne seca.
Se recuesta tu sol, previamente destruido,
en medio de los charcos
y se refleja un miedo pequeñito
en el agua sarcástica.
Al mediodía las voces se destrozan
y se entroniza el ruido.
Nadie escucha el silencio
algo se rompe, la mirada flota
en el charco del sueño y la zozobra.
En la tarde, la brisa lava el rostro
de lodo y torbellinos. Los señores
lo venden todo y roban una parte.
Por Madero, las panzas metafóricas
pasean su prócer curva, y en la acera
nuevamente el dios dual vende pepitas,
carne seca, membrillos y duraznos.
Tienen sus frutos el azul reflejo
que el delantal mugroso ha despertado.
El niño del dios dual nunca sonríe,
mira desde su noche sin salida
y sus ojos, obsidiana sin luz,
se precipitan en el sol rumoroso.
Pasan señores con zapatos lustrados
más allá del cinismo, caballeros
de lenguas obsequiosas, las señoras
de caridad con grandes reflectores.
Yo me siento a mirar el espejismo
que organiza la tarde. Aprieto el paso
y el sol sin nombre da a mi cobardía
un poco de calor. Nada podemos,
me digo, y al pasar frente a dioses
que el tiempo ha derribado
y siguen vivos, algo se rompe en mí,
pero qué importa lo que a mí se me rompa.
El crepúsculo llega y los morados
combaten con la luna en el Ajusco.
Chapultepec oculta a los amantes,
jadea el silencio y en los ahuehuetes
el dios dual hace hijos.
Va llegando la hora en que Coatlicue
devorará la pluma ensangrentada
para que en los caminos de su vientre
el señor de la guerra configure
el brillo de sus armas.
Cuatrocientos surianos se apoderan
de la comba del cielo. Todos saben
que la sangre, sólo la sangre hará
que la tiniebla incline la cabeza
hacia el oriente, para que el sol,
al fin, gane de nuevo su batalla perdida.
Los moteles refugian el deseo,
la noche va encendiendo sus andrajos
y la esperanza fluye entre las manos.
Es la hora de la música, una para cada señor:
la atronadora música con luces
para el barón, la salsa vengadora
para el dios dual que gira y no se olvida,
aunque el amor perdido y las derrotas
le rompan la cintura.
El olvido es hermano de esta noche
que a la ciudad cobija y desfigura.
En las casitas, los pequeños empleados,
esa raza sin nombre ni palabras,
duermen sin presentir que en las aceras
el barón y el dios dual están latiendo.
El señor de la guerra triunfa a medias,
la madrugada vierte su cántaro de cal
y leche absurda, rompe este maleficio
con un dedito pálido y se encoge.
El sol sale y no sale, se adivina
que está subiendo el monte, se presiente
su impalpable calor, su desconcierto
ante esta realidad que descompone
todos los sortilegios, anulando
la leyenda de plumas y de flores.
El cronista se bebe la nueva madrugada
desde el balcón. Portales tiene un cielo
de turbia leche y nadie vocifera,
andan los gritos por el aire oculto,
por las calles del tiempo de Comala,
por la piedra sin sol. Yo no despierto.
V
AHORA
retomemos
el salterio olvidado.
Somos
la nueva voz,
el polvo nuevo
de la palabra antigua.