Escritores universales

Dumas Alejandro

Lugar y Fecha de Nacimiento(Defunción):Alejandro Dumas Francia(1802-1870)
Novelista y dramaturgo francés del periodo romántico, conocido como Dumas padre. Dumas, uno de los escritores franceses más leídos, es conocido ante todo por sus novelas históricas Los tres mosqueteros (1844) y El conde de Montecristo (1844). Dumas nació en Villers-Cotterêts, Aisne, el 24 de julio de 1802. Era hijo de un general y nieto de un noble afincado en Santo Domingo. Había recibido una escasa educación formal, pero mientras trabajaba para el duque de Orleans, en París, leía con voracidad, sobre todo historias de aventuras de los siglos XVI y XVII, asistía a las representaciones de una compañía inglesa shakesperiana y comenzó a escribir obras de teatro. La Comédie Française produjo su obra Enrique III y su corte en 1829 y el drama romántico Cristina en 1830; ambas obtuvieron un éxito rotundo. Dumas fue un escritor muy prolífico, con cerca de 1.200 volúmenes publicados bajo su nombre. Aunque muchas de estas obras son fruto de colaboraciones o del trabajo de otros escritores a quienes contrataba, la mayoría de ellas llevan la impronta inconfundible de su genio personal y su inventiva. Sus ingresos eran enormes, pero apenas suficientes para sufragar su extravagante modo de vida en los últimos años: gastaba enormes sumas de dinero en mantener su finca en los alrededores de París (Montecristo), mantenía a numerosas amantes (una de las cuales era la madre de su hijo Alejandro), compraba obras de arte y hacía frente a las pérdidas derivadas de sus muchas aventuras empresariales. Cuando murió, el 5 de diciembre de 1870, estaba prácticamente en bancarrota. Además de novelas históricas, la obra de Dumas incluye las obras de teatro Antonio (1831), La torre de Nesle (1832), Catherine Howard (1834), Kean, o desorden y genio (1838) y El alquimista (1839), así como numerosas dramatizaciones de su propia ficción. También escribió memorias en las que ofrece un vivo retrato de su tiempo.

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Un Gil Blas en California (fragmento)
" Yo he visto en el Mediodía un pueblecillo llamado Les Baux: en otro tiempo, es decir, hace un siglo, era un alegre nido de hombres, mujeres y niños, situado en la falda de una colina, fértil en frutos, rico en flores, embalsamado por frescas y perfumadas brisas, animado por dulces cantos. El domingo, al rayar el día, decíase la misa en una pequeña y bonita iglesia blanca, con frescos de colores vivos, ante un altar bordado por la señora del lugar y adornado con pequeñas imágenes de madera dorada; por la tarde se bailaba bajo las frondas de los sicomoros, que tendían sus ramas sobre tres generaciones que allí habían nacido, que allí vivían y que allí esperaban morir. Por aquel pueblecillo pasaba un camino que iba, sino me engaño, de Tarascón a Nimes, es decir, de una ciudad a otra ciudad, y aquel camino era la vida del pueblo. Lo que para la provincia no era más que una vena secundaria, para él era la arteria principal, la aorta que hacía latir su corazón. Un día, por economizar la distancia de media legua, el trayecto de media hora, los ingenieros, sin comprender que cometían un asesinato, trazaron otro camino, Este camino, en vez de rodear la montaña, iba por la llanura, dejando el pueblo a la izquierda, pero lejos, muy lejos, ¡a media legua! Esto era poca cosa, sin duda; pero en fin, el pueblo no tenía ya su camino. ¡Y aquel camino era su vida, y he aquí que de repente la vida se había retirado de él! El pobre pueblo languideció, agonizó, murió: yo le he visto muerto, sin animación, sin vida. Todas las casas fueron abandonadas; algunas permanecen aún cerradas, como las dejaron sus habitantes el día en que las dijeron adiós; otras están abiertas a todos los vientos, y en varias un viajero extraviado sin duda, un bohemio errante tal vez, ha encendido fuego en la desierta cocina con los muebles destrozados. La iglesia existe todavía, la alameda de sicomoros existe también; pero la iglesia ha perdido sus frescos, la sabanilla de altar cuelga desgarrada, y algún animal salvaje, huyendo espantado del tabernáculo, del cual había hecho su refugio, ha derribado las pequeñas imágenes de madera; la alameda ha perdido su alegría y su animación, y en el cementerio el padre espera en vano a su hijo, la madre a su hija, el abuelo a su nieto; sorprendiéndose en su tumba al no oír remover la tierra en torno suyo y se preguntan: ¿Qué pasa en lo alto? ¿Es que ya no hay muerte? "

Francia(1802-1870)


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